lunes, 29 de marzo de 2010

Otoño, invierno.


Matías sonríe porque sonrío, porque ya es otoño, porque me río fumando con las hojas de la enredadera pintándose rojas de su casa y lo abrazo cuando tengo frío. Yo sonrío porque siempre puedo meter las manos en su chaqueta en un abrazo, o tocar su piel con las manos heladas y reírnos.

Me va a buscar a clases, y mis compañeros lo miran, porque saben que él es el novio de Beatriz. Compramos fideos, atún y crema para almorzar, y escuchamos Belle & Sebastian acostados en su cama, tomamos helado y nos reímos de los videoclips que pasan en la tele. (Nos reímos fuerte, y a veces despacio).

Salimos en la noche y nos tomamos algo en el mismo lugar de hace más de seis meses, el mismo lugar de siempre y cantamos mientras los cigarros mueren frente a nuestras narices chocando suave, intencionalmente.

Fue primavera, y fue verano. Ahora es otoño, y espero ansiosa los días más fríos en que me invite un café y un queque de frambuesa, para seguir con esas cosas que siempre me han hecho feliz.


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